Sin justicia no hay democracia

Sin lugar a dudas, el domingo pasado, México ha dado un ejemplo impecable de ejercicio democrático. Las urnas rebosaron y los resultados fueron respetados por todos. En las sociedades democráticas modernas, de las que ya forma parte nuestro país, democracia y justicia son el reverso y el anverso de una misma moneda. Como el pluralismo y la diversidad son su circunstancia, la justicia marca sus posibilidades axiológicas. La democracia no respira bien sin diversidad, pero no puede existir sin justicia; función, institución y valor de los países democráticos. La democracia es el punto de partida, la justicia su destino. 

La democracia es más que un procedimiento, dice Follari. La democracia consiste en la participación ciudadana; en que las decisiones recaigan en la soberanía del pueblo. Es el combustible de la legitimidad y la demostración del reconocimiento ciudadano. Y así ha sucedido en nuestro país. La democracia, para que surta efectos, como hemos visto, requiere de todos y una mayoría. La justicia sólo necesita de todos. No requiere de la aceptación popular para contar con legitimidad y validez, pero es el ideal más alto al que todos los individuos debemos aspirar. La democracia como función está estructurada por mecanismos jurídicos en los que se puede participar o no. Procedimientos que nos invitan a debatir y a aceptar lo debatido, si así lo deseamos. Sin embargo, sin justicia, la democracia pierde y se pierde. 

La función de la justicia distributiva y social está guiada por políticas públicas y por diseños institucionales; por esos criterios mínimos que pretenden asegurar que todos seamos tratados como iguales en los servicios del Estado. Aquellas políticas que deben procurar que todos los mexicanos tengamos acceso a lo mismo y de igual manera. Y dar a cada quien de acuerdo con su esfuerzo o según su necesidad. Desde el poder del Estado la justicia debe vernos como individuos libres y no restringirnos sin justificación alguna, formemos parte de una mayoría o no. 

La justicia como institución es la representación que creamos de la misma. Es la imagen que las sociedades hacen de ella. Las instituciones democráticas son la cara de la justicia. Y es dentro de ellas donde se cumple con la función que su valor nos encomienda. 

No olvidemos que hay una relación tripartita para cumplir con la democracia. El valor en sí mismo no es lo suficientemente concreto como para que se haga tangible. Los procedimientos serían ciegos sin un ideal que los guiara. Sin una brújula que les marque el camino. Las instituciones serían huecas, vacías, carentes de contenido. No tendríamos con qué rellenarlas. No tendrían propósito, ni fin. Ese propósito y ese fin, es la justicia.  

Para cumplir con el ideal democrático no basta con cambiar la ley, con crear nuevas, ni con hacerlas mejores. Tampoco basta con levantar los ánimos de la ciudadanía con grandes palabras. No es suficiente con pulir los procedimientos, ni con votar democráticamente sus contenidos. También es necesario cumplir con la parte institucional. Es necesario preocuparnos por la casa donde habitará, en la que será protegida y resguardada. Que por naturaleza y origen, es la casa de los jueces: las cortes y los tribunales que labran el camino de las posibilidades democráticas. 

Si desatendemos estas tres facetas de la democracia, en realidad, lo que estamos haciendo es mutilarla. Debemos tener cuidado, pues la justicia no llega a casa del demócrata por sí sola. Hay que llevarla de la mano con trabajo y convicción. De nada sirve si sólo la pensamos o si sólo la plasmamos en ordenamientos divinos; sin construir todo el camino. La justicia necesita de hombres y mujeres que la apliquen, que la protejan y que velen por su presencia. En estos tiempos de cambio no nos olvidemos de esta otra faceta de la democracia, en la que todos debemos trabajar y no sólo unos cuantos, aunque sean mayoría. En México ya dimos una lección de madurez democrática, pero el trabajo no terminó en las urnas, por el contrario, es ahí donde apenas comienza.