El ecosistema del día a día en la estación de trenes más concurrida de Bruselas es frenético. Por aquí circulan todos los días un promedio de 60 mil pasajeros que entran y salen con destino a todos los rincones del reinado belga y a las principales capitales de Europa.

Largas filas en la taquilla, hombres de negocios con prisa, pasajeros despistados, madres con bebés en carriola y parejas de jóvenes tomados de la mano mientras caminan son algunas de las postales que quedan plasmadas cada día en la parada del sur.

Pero el ambiente que se vive estos días no es el usual, Bruxelles-Midi luce desierta como nunca. Prácticamente todos los pasajeros se han resguardado en cumplimiento de la política de confinamiento y distanciamiento social dictada por el gobierno en un esfuerzo por contener la expansión del coronavirus, sólo se quedaron atrás aquellos que no tuvieron a dónde ir.

Las personas sin techo se han quedado abandonadas a su suerte en el Titanic pandémico y hoy son las únicas almas que deambulan por los largos corredores y los accesos a la estación.

Algunos no tienen a dónde ir, otros se resisten a abandonar lo que describen como su hogar. “Dijeron que nos fuéramos a casa y es lo que hago”, dice Philippe, en compañía de su perro Petit.

Las fuerzas de seguridad le piden retirarse, lo tachan de transgresor de las reglas de confinamiento fijadas al menos hasta el 5 de abril.

A ambos bandos se les ve “jugar al gato y al ratón” por los distintos accesos, aunque ese comportamiento está por agotarse.

A fin de eliminar todo foco potencial de contagio, el Ministerio de Justicia puso a circular un escrito en el que ordena a todos los actores judiciales del país a actuar con determinación para forzar el cumplimiento del lockdown.

La misiva exige rigor, la implacable aplicación de la ley y la actuación sin excepciones; se prevén multas de 250 a 750 euros para mantener la disciplina de confinamiento. La autoridad belga se esfuerza por cumplir con las previsiones de que el pico de la infección llegue en algún momento de la próxima semana.

La situación está por recrudecerse aún más para las personas sin hogar, quienes constituyen el sector de mayor riesgo ante el misterioso virus, al ser una población en movimiento, con bajas defensas y acostumbrada a estar en grupo.

Los servicios sociales ya han identificado casos de infección en esta población y teme que se disparen. “Las personas sin hogar son en la mayoría de los casos las más vulnerables debido a las malas condiciones de vida en la calle. Muchos de ellos padecen enfermedades respiratorias crónicas, nunca o mal atendidas, otros superan los 60 años”, dice a EL UNIVERSAL Chloé Thome, de L’Ilot, una organización que suma seis décadas de lucha por las necesidades de las personas sin techo.

“Por lo tanto, son parte de la población en riesgo, especialmente porque no tienen acceso diario a las condiciones sanitarias mínimas requeridas, como lavarse las manos, en el contexto de las medidas sanitarias impuestas para evitar la propagación del Covid-19”, continúa. “Esta situación ha hecho visible lo invisible”, apunta.

Afirma que ya hay casos de personas que dieron positivo al coronavirus, han sido canalizadas a 15 centros de contención que cuentan con la contribución de la Cruz Roja. “Pero tememos que pronto la capacidad sea muy poca en comparación con la población sin hogar de Bruselas, estimada en 4 mil personas”.

Los albergues y centros de asistencia, los únicos refugios a donde las personas pueden recurrir para alimentarse y resguardarse, y que todavía continúan ofreciendo servicio, se encuentran bajo enorme presión.

No obstante, las adversidades, limitantes y peligros, en L’Ilot lo tienen claro: no los van a abandonar. A los trabajadores sociales les preocupan las condiciones sanitarias en las que están operando.