Un individuo joven llegó a la tienda y le pidió a la encargada que le mostrara unos guantes de mujer, pues quería hacerle un regalo a su novia. Preguntó la chica: “¿De qué medida usa ella los guantes?». El cliente se apenó. «La verdad, no sé». Le indicó la vendedora: “Ponga su mano en la mía y dígame si es más grande o más pequeña que la de su novia. Así sabré la medida de los guantes». Dijo el tipo al tiempo que ponía su mano en la de la muchacha: “También quiero regalarle a mi novia un brassiére». Dulcibella le anunció a su mamá: “Afrodisio Pitongo me invitó a ir con él a su departamento». La señora conocía la fama de cachondo del salaz sujeto, de modo que le dijo con alarma a su hija: “Por ningún motivo dejes que se te suba ese hombre, pues eso te deshonrará”. “No te preocupes, mamí -replicó Dulcibella-. Ya pensé en eso: yo me le subiré primero y lo deshonraré a él». El doctor Ken Hosanna le preguntó a su paciente: «¿Le dieron resultado las pastillas para dormir que le receté?». «No, doctor -contestó el hombre-. Lo único que se me durmió es lo que no quiero que se me duerma cuando no puedo dormir”. “Señor juez -habló el indignado marido-: quiero divorciarme de mi mujer”. “¿Por qué?» -inquirió el juzgador. Explicó el sujeto: “Invitó a un compadre a desayunar”. Dijo el juez: “El Código Civil no contempla entra las causales de divorcio el hecho de invitar a un compadre a desayunar”. Precisó el demandante: “Mi mujer toma el desayuno en la cama”. Es cierto lo que dice la canción: Tabasco es un edén. Celebro entonces que López Obrador esté volcando sobre su estado natal toda la cornucopia de sus dones igual que un munificente Júpiter Olímpico. Lo que no celebro es que a los demás estados les regatee los recursos que antes la Federación les entregaba, de modo que las entidades están pasando apuros que no pasaban en los nefastos tiempos del neoliberalismo. De eso, claro, no tienen la culpa los tabasqueños: ellos reciben lo que se les da. Pero habrá que preguntarnos si acaso el enorme favoritismo que muestra AMLO por su solar nativo no es también una forma de corrupción. Uglicia no era precisamente una belleza. Sin embargo tenía una gran autoestima y se sentía soñada, aunque tenía las piernas como un hilo (del cero) y zambas. Cierto día sus familiares y amigos se sorprendieron cuando ella les informó que se proponía ir con un agente de espectáculos a ofrecer sus servicios de bailarina. “No vayas -le dijo su mamá, que quería evitarle algún mal rato-. Para presentarse en la oficina de ese señor hay que tener muy buenas piernas”. Uglicia demostró la alta estima en que se tenía cuando respondió: “¿Está descompuesto el elevador?”. El galancete llevó en su automóvil a una chica al solitario paraje llamado El Ensalivadero, lugar al que acudían las parejitas en trance de pasional amor. Ahí le dijo con preocupación fingida: “¡Qué oscura está la noche! ¡Ni siquiera alcanzo a ver mi mano!”. Respondió ella: “Y ahí donde me la tienes puesta menos la vas a ver”. Babalucas, ya lo conocemos, es el hombre más tonto del condado. En una fiesta les comentó a sus amigos: “Necesité cinco años para aprender a tocar la guitarra como la toco”. “Es cierto -confirmó su esposa-. Los primeros tres se los pasó tratando de averiguar por dónde se le soplaba”. En la penumbra de la cabina del jet la azafata fue corriendo hacia el asiento del fondo, donde iba aislada una pareja, y les dijo con severidad al hombre y a la mujer: “Ustedes saben que está absolutamente prohibido fumar en el avión”. Respondió el hombre: “No estamos fumando”. La azafata se desconcertó: “¿Y entonces por qué está saliendo humo de aquí?”. FIN.

Mirador

Por Armando Fuentes Aguirre

En una tumba humilde del pequeño cementerio de Ábrego el que sabe leer donde no hay nada escrito puede leer esto:

“Aquí, por fin, descanso.

Fui mujer, que en mi tiempo era ser poco. Fui campesina, que era ser menos. Fui pobre, que es ser nada.

Amé a un hombre y él quizá me amó. Un año sí y otro no le di hijos. Un año no y otro sí se me morían. Así, me quedaron solamente seis.

No hice, pues, en la vida otra cosa que amar a un hombre y tener hijos. También les di de comer y les lavé la ropa. También les ponía un paño húmedo en la frente cuando ardían en calentura. También, cuando mis hijos morían, estaba junto a ellos y oía que con el último aliento me decían “mamá”, ellos, que siempre me habían dicho “madre”. Mi marido también cuando murió dijo «mamá”. Pienso si acaso me lo diría a mí.

Como se ve, no hice muchas cosas en la vida.

Pero sé que si no fuera por mí y por muchas mujeres como yo la vida no podría seguir”.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“... ‘El Arte de Congelar’..., Por Lucy Mandel Abra.”.

El libro de esa maestra

de talento extraordinario,

¿trata de arte culinario

o de política nuestra?