Dígase lo que se diga, la corrupción no ha desaparecido de la vida mexicana. Por desgracia parece ser una segunda -¿o primera?- naturaleza de nuestra actividad pública. Quienes con frecuencia viajábamos por el extranjero sentíamos pena al advertir que en otros países decir “México’’ y decir “corrupción’’ casi era decir la misma cosa. En los tiempos de la dominación priista -largos tiempos- muchos veían las funciones oficiales como oportunidad de medro, de enriquecimiento personal. Sexenalmente aparecían millonarios cuyas fortunas alcanzaban hasta la séptima u octava degeneración. Muy raras veces los ladrones públicos recibían el castigo a su ilícita conducta. Se cumplía en ellos el triste apotegma según el cual las leyes son en México únicamente para los gobernados, jamás para los que gobiernan. Ahora, es cierto, el régimen presidido por López Obrador ha dado señas de que la corrupción es perseguida y castigada, pero quien vive la vida pública cotidiana sabe que en los niveles bajos de la burocracia se mantienen las mismas corruptelas del pasado, y la famosa “mordida” sigue siendo parte de los usos y costumbres oficiales. No acabará la corrupción mientras no se establezca el pleno imperio de la ley y sean sometidos al orden jurídico todos aquéllos que, encargados de velar por él, son quienes lo vulneran más... El señor llega a su casa cuando no era esperado, y encontró a su esposa en estado de inexplicable nerviosismo. Al desvestirse para ir a la cama el hombre oyó ruidos en el clóset. “¿Qué son esos ruidos?’’ -preguntó a su mujer. “-Nada, Cornisio -responde ella-. Es el eco’’. “¿El eco? -se extraña él-. Vamos a ver’’. Y poniéndose frente al clóset gritó: “¡Uno!’’. “Uno, uno, unooo’’ -se oyó adentro. “¡Dos! -gritó el esposo. Y en el closet se escuchó: “Dos, dos, doooos’’. Gritó entonces el tipo: “¡Tres por tres!’’. Y el eco: “¡Nueve, nueve, nueeeve!’’... Empédocles Etílez había empinado el codo en su casa. Sonó el timbre de la puerta, y dijo su mujer: “Es el hombre de la basura’’. Responde con voz aguardentosa el temulento: “Dile que ya tenemos”. Aquellos dos amigos se querían entrañablemente. Eran socios en asuntos comerciales; todo lo compartían: oficina, vehículo, incluso una cierta novia. Cierto día se presentó el consabido problema: la muchacha iba a ser mamá. Tendría gemelitos. Hablaron los amigos del asunto, y como buenos socios acordaron compartir la responsabilidad. Se llegó el día en que la chica debía dar a luz. En la sala de espera de la maternidad los dos amigos daban vueltas ansiosamente. Dijo uno de ellos: “Ya no resisto la tensión. Voy afuera. Si algo sucede, llámame’’. En efecto, poco después llegó el otro con cara de circunstancias. “¿Malas noticias?’’ -preguntó con alarma el que había salido. “Sí, amigo mío -respondió el otro echándose en sus brazos-. Dame el pésame. ¡Sólo se logró tu gemelito!’’...La romántica Dulcilí le preguntó a su flamante esposo: “¿Le has dicho a alguien que nos casamos en secreto?’’. “A nadie, mi amor -respondió el galán-. Ni siquiera a mi esposa’’... El obispo de la diócesis hizo llamar al padre Arsilio y le dijo: “Señor cura: me enteré de que usted había aceptado oficiar misa en un campo nudista, pero a última hora desistió’’. “Es cierto, Su Excelencia -reconoció el buen sacerdote-. Me puse a pensar dónde llevarían el dinero de la limosna, y eso me hizo cambiar de opinión’’...En ímpetu de amor arrebatado el ciempiés le suplicó a su amada: “¡Hagamos el amor, Miripodita! ¡No resistas mis amorosos ímpetus! ¡Descruza las piernitas, por favor!’’. Contestó ella, terminante: “-¡No, y cien veces no!”... FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

El Cristo que en su iglesia tiene el padre Soárez suele de vez en cuando contarle un cuento. Sabe que los hombres nunca dejan de ser niños, y siempre necesitan cuentos.

-Éste era un espejo -le narró un día-, que se volvió como ustedes los humanos. Quiero decir que se hizo egoísta. Pensó que la luz que reflejaba le pertenecía, y no la reflejó ya más. En un tiempo aquel espejo difundía la luz: era un espejo bueno. Los niños jugaban con su resplandor; las muchachas contemplaban su belleza en él. Pero cuando el espejo se hizo malo ya nada reflejó, y fue tan sólo una superficie muerta.

-Así pasa -concluyó el Cristo-, con aquéllos que no reflejan en su prójimo el amor de Dios. De nada sirve tener fe si esa virtud no se difunde, convertida en obras de bondad, a los demás. Quien dice amar a Dios y no refleja ese amor en sus hermanos es como un espejo sin luz. También él es un mal espejo.

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“...Pedirán cárcel para defraudadores electorales...’’.

Conviene que esto se anote,

porque sienta precedente:

en lógica concluyente,

por robar votos, al bote.