“La car ne es débil. Esa frase justificativa pronunció la esposa de don Astasio cuando éste la sorprendió en trance de erotismo con un desconocido. “¿Y yo qué soy? -rebufó el indignado señor-. ¿Verdura?”. Un amigo de Babalucas le informó: “El nuevo número de mi teléfono es 11-111-1111. Preguntó el badulaque: “¿Es teléfono o peine?”. Los hombres no pueden planear su crecimiento; las ciudades sí. A mí, por ejemplo, me habría gustado ser alto de estatura, pero siempre estuve entre los más pequeños de la clase. Mi mamá me hablaba de Napoleón, que pese a ser chaparro conquistó medio mundo, pero eso no me consolaba de mi escasa altura. Además yo no quería conquistar medio mundo. Mi ambición era mayor: quería conquistar a la muchachita vecina. Fracasé en mi intento, claro: apenas le llegaba un poco más arriba de la cintura. (Al paso de los años, por cierto, se casó con un tipo de más baja estatura que la mía, pero que sentado sobre su cartera se veía bastante alto). Las ciudades, en cambio, sí pueden planificar su crecimiento, al menos hasta cierto punto. Mi ciudad, Saltillo, por ejemplo, ha crecido ordenadamente. En ella no hay cinturones de miseria, y aun las colonias más modestas disponen de los servicios necesarios. No es una región celeste, desde luego; afronta los problemas de toda ciudad en crecimiento. Pero desde hace tiempo ha tenido una serie de buenos alcaldes -uno solo muy malo alcanzo a recordar, panista desgraciadamente, a quien no menciono por no lastimar el ilustre nombre que lleva-, y todos ellos han cuidado de que la ciudad se desarrolle en modo que no atente contra el bienestar de quienes la habitamos, de modo que vivimos en paz y con tranquilidad, salvo episodios aislados. Otra ciudad tengo en el corazón. Es Monterrey, a cuya inmensa generosidad debo en muy buena parte lo que soy. Me ha dado pan para mis hijos, amigos para mi alma, memorias inolvidables para mi recuerdo. Por eso me duele ver la situación tan aflictiva en que hoy se encuentra esa gran metrópoli por falta del vital líquido, inédita expresión que sirve para designar al agua. La capital nuevoleonesa y sus municipios conurbados han crecido en manera que ya se ha vuelto problemática. Y sin embargo se sigue propiciando la construcción en el centro de la ciudad de enormes edificios para oficinas y departamentos, que surgen cada día como hongos, si me es permitido ese símil tan original. Me pregunto si se han considerado los problemas que para el tráfico de vehículos y para la dotación de servicios básicos -el del agua principalmente- representará la proliferación de tales edificaciones. Quizá ha llegado el momento de frenar tan desmesurado crecimiento o regularlo previendo lo que puede suceder a corto, mediano y largo plazo. (Si algún otro plazo hay me disculpo por no haberlo citado). Más vale prevenir que lamentar, decían nuestros antepasados. Deseo vivamente que pase pronto esta crisis, y que se alivie la sed de los regiomontanos, con quienes me unen tanto el afecto como la gratitud. La señorita Himenia, célibe madura, le comentó a su amiguita Celiberia: Ya estoy cansada de esas llamadas telefónicas obscenas. Creo que en adelante me abstendré de hacerlas. Desde la abierta ventana Drácula vio cómo su hijo primogénito, Draculito, chupaba la sangre de uno de los alabastrinos senos de la cándida doncella Mandy Lou, que dormía su inocente sueño. Meneó la cabeza el conde transilvano, exhaló un suspiro pesaroso y exclamó: “¡Ah, los jóvenes modernos! ¡En mis tiempos nos conformábamos con chupar la sangre nada más del cuello!”.FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Estas ciruelas tienen lindo nombre. Se llaman Santa Rosa.

Su color es el rojo, un rojo tan intenso que llega casi a negro. Su carne es dulce, como de mujer, y cuando las muerdes su jugo desborda tu boca y escapa por las comisuras de tus labios. Un canastillo de estas ciruelas puesto sobre la mesa de la cocina aroma toda la casa del Potrero.

Los árboles de ciruelo están cargados. Debemos poner estacas en sus ramas, o atarlas al tronco para que no se quiebren con el peso del fruto. Pero hemos de apresurarnos a recoger la cosecha, pues tenemos amables enemigos que nos la ganan: los venados y los osos. Por la noche bajan del alto monte llamado el Coahuilón y se dan un banquetazo con lo que mucho trabajo nos costó en el año.

Don Abundio se da a los mil demonios. “Tantos riegos, tanto abono, tantos cuidados -dice- para que vengan estos cabrones a hacernos mala obra”. Yo finjo enojarme también, pero pienso que también las criaturas del Señor deben gozar los frutos que de su providencia salen, de su tierra, de su sol, de su agua.

-Para todos debe haber -le digo a don Abundio.

-Sí -replica él, hosco-. Para todos los que trabajan.

Recuerdo a los lirios del campo, que no cosechan ni hilan y sin embargo ni Salomón en toda su gloria vistió como ellos. Y recuerdo a Santa Rosa, tan bella, tan dulce, tan buena. Que ella reparta las ciruelas en nombre del Señor.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Una esposa joven dio a luz trillizos a los nueve meses de casada.”.

Se maravilló con creces

su marido, y nada lerdo

dijo: “Qué raro. Recuerdo

que lo hicimos cuatro veces”.