Carta al rey

Tal vez más adelante se sepa bien a bien cuál es el fondo real y la intención de la carta que el presidente Andrés Manuel López Obrador envió al rey de España Felipe VI para instarlo a que pida perdón por la conquista y el agravio en contra de los indígenas mexicanos.

Por lo pronto, el mandatario mexicano ha logrado distraer la atención, que se hable del tema de la conquista de hace 500 años y se olviden -cuando menos momentáneamente- otros problemas graves del país que esperan la solución ofrecida en campaña.

Como es natural, la carta, enviada también al papa Francisco en los mismos términos, aunque en ese caso las reacciones han sido menores, ha generado cualquier tipo de reacciones no sólo a nivel nacional sino internacional, desde las que están de acuerdo con el contenido hecho público en España y las que lo critican y le piden al presidente que mejor atienda a los indígenas mexicanos que siguen sometidos y marginados y otros asuntos por los que él debería de pedir perdón.

Memes, burlas, insultos, reacciones y más declaraciones seguirán apareciendo en torno al tema que para muchos no tenía sentido revivir sin aparente motivo. Lo que sí es cierto es que una petición tan polémica como esa no se lanza así porque sí sin que tenga un fondo y un interés, cualquiera que sea. Un presidente -y menos López Obrador- haría algo semejante sin pensarlo varias veces.

Algunas personas han especulado con que la carta al rey busca influir en algún sentido en las próximas elecciones en España, sin que quede claro a quién pretendería beneficiar.

Hace escasos dos meses (finales de enero), el presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, fue el primer mandatario en realizar una visita a López Obrador, que dos meses antes había tomado posesión del cargo.

En esa ocasión, ambos reforzaron los lazos de amistad entre ambas naciones y acordaron fortalecer las relaciones económicas y comerciales. De algún modo se vio como una deferencia para España, de donde son originarios los antepasados cercanos de López Obrador- que su presidente fuera recibido primero. ¿Tenía ya en mente entonces el presidente de México instar al rey a que pida perdón? Sólo él lo sabe.

Sea lo que sea, no se entiende bien a bien por qué sin motivo aparente fue enviada en estas fechas esa carta que ha merecido respuestas duras de sus críticos y adversarios y del otro lado apoyos irrestrictos de los seguidores a ultranza del presidente mexicano que le dan la razón total, lo que, desde luego, ha polarizado a la sociedad mexicana como otros temas y decisiones tomadas por el mandatario.

A estas alturas quizá mejor habría que preguntarse que tanto ha desaparecido el saqueo de las riquezas nacionales por parte de los españoles que tienen unas seis mil empresas en México, como Aldesa, una de las neocolonizadoras que se lleva cientos de millones de pesos por las elevadas cuotas que cobran en las carreteras concesionadas como las que están en Chiapas.

Algunas de esas empresas españolas sólo son membretes que se asocian con compañías mexicanas para hacer dinero y seguir saqueando el país, con la anuencia y complacencia, por decir lo menos, del gobierno federal, cuando menos de los anteriores, y de manera destacada los panistas.

Una pregunta obligada ante la misiva del presidente al rey es qué tanto les interesa a los herederos de aquellos indígenas sometidos hace 500 años, que el gobierno español les pida perdón. ¿Les serviría de algo y les importa? ¿No el Estado mexicano ha sometido y avasallado -y lo sigue haciendo- igual a los habitantes originarios? ¿Es necesario hablar de reconciliación cuando no se sabe abiertamente de reclamos y resentimientos que lo ameriten?

Cuando menos no se ha sabido que algún indígena de Chiapas, por ejemplo, le reclame, insulte o agreda a alguno de los miles de turistas españoles que visitan la entidad, pero después de la carta y la polémica generada podría aparecer alguno con afanes protagónicos e intentar hacerse notar. Ojalá que no.

Si bien el avasallamiento español en contra de los indígenas mexicanos fue brutal -en ocasiones en alianza con algunos de los nativos-, no todo fue para mal, pues surgió el mestizaje y hubo una fusión cultural que para bien o para mal ha dado rostro a nuestro país. Lo que no debe de permitirse nunca es que se olviden las raíces que dieron origen a esta bella y gran Nación mexicana, rica en todos los sentidos.

Un ejemplo de lo bueno son las ciudades con sus templos y edificios maravillosos construidas después de la colonia, ahora un orgullo para el país y para muchos de sus habitantes.

Una de esas ciudades es precisamente San Cristóbal de Las Casas, que el próximo domingo 31 de marzo cumplirá 491 años de haber sido fundada por el capitán español Diego de Mazariegos.

Con sus templos, monumentos, casas y otras construcciones -cada vez más destruidos, por cierto- San Cristóbal es una de las ciudades más bellas física y espiritualmente de México -del mundo, ha dicho en varias ocasiones López Obrador- y por lo mismo es visitada por miles de turistas nacionales y extranjeros en todas fechas.

Quienes tenemos la dicha de vivir en San Cristóbal somos afortunados. Caminar sus calles angostas en medio de edificios históricos llena de paz el alma y sensibiliza los sentidos.

Con sus problemas como toda ciudad, con su exquisita gastronomía, su clima, su cultura, sus indígenas, sus artesanías, sus personajes de ahora y antes, su gente en general, se encamina al quinto centenario de su fundación. Para esa fecha habrá que preparar un buen programa para festejar porque no son muchas las ciudades que tienen el privilegio de celebrar un acontecimiento igual y habrá que hacerlo sin rencores y sin resentimientos, pensando en el futuro, pensando más bien en cómo armonizar la convivencia entre quienes aquí vivimos, sin dejar de lado el ambiente y la naturaleza, las preocupaciones reales de estos tiempos. Fin.