La revocación del pensar

El caso es que uno comienza todos los días; construye y destruye; entusiasma y decepciona; los odios se disipan o se convierten en penuria y muerte; del abandono se pasa a la compañía efímera. La brevedad de la vida apenas si alcanza para afianzarse en creencias o verdades canónicas; la confianza sufre reveses mortales y las amistades cambian de rostro.

Yo, como otras personas, no requerimos de la fe, o de la salvación, pues sabemos que, cuando se vive en compañía o en comunidad, uno queda, de algún modo, atado a los zapatos de los demás.

Alguna vez fui esposado; nos formaron en grupos de tres y yo tuve la desgracia de quedar en medio de los otros dos presos; mis manos atadas a dos sujetos extraños; uno de ellos mal encarado y peligroso; otro dócil y más débil.

Así nos transportaron de un lugar a otro, mientras que yo experimentaba algo similar a lo que siento hoy cuando me veo formando parte de una sociedad, cuando leo en los diarios tanta noticia insustancial y debo acostumbrarme a la incapacidad que tenemos para la conversación o la reflexión que ilumina el propio pensar.

Sentirse extraño en comunidad no es un pecado o una deslealtad cívica; es la condición esencial para llevar a cabo la relación humana y soportar la cercanía de los demás. El problema casi irresoluble al que se enfrentan las sociedades actuales es, creo, sencillo de expresar: las personas tienen que volver a pensar, o más bien tendrían que comenzar a pensar. ¿Cómo es eso? ¿Qué significa precisamente pensar? Yo diría que es poner atención en las cosas que nos afectan y volverlas reales a través de un lenguaje compartido.

Y entre esas cosas que nos afectan se encuentran los seres humanos que son, irremediablemente, distintos entre sí (aunque hagan causa común), de allí que los pueblos, las comunidades, los países y sociedades no existan uniformemente como entidades sin fisuras, sino como reunión de extraños, de individuos en cuya soledad nace la posibilidad de la charla amigable y de la relación que busca la supervivencia y el bienestar.

Los pueblos o países son conceptos y acuerdos diseñados a lo largo de la historia; son edificación de instituciones y causas del obrar diario; son herencia y cambio; acciones; como sustantivos no significan nada si carecen de adjetivos y de una compleja definición. Si escribo —como lo hizo Heidegger— que “pensar es pensar el ser”, nadie comprendería a que me refiero, pero si digo que pensar es reflexionar para actuar adecuadamente en la circunstancia común con tal de sobrevivir y ser más felices conforme a los deseos de cada quien, entonces comenzaremos, creo, a entendernos. Izquierda o derecha son tendencias, cada vez más débiles, de la jerga política.

En medio de ellas se concentra el mundo de la tolerancia y de la observación; el lugar que ocupa lo otro. Pensar es también renunciar a la atracción de los extremos. Si uno no procura el cuidado de sí mismo difícilmente podrá comprender lo diferente que puede llegar a ser otra persona apenas se le intenta conocer más profundamente. Si leo los diarios me encuentro con la misma resistencia al “pensar lo común”, resistencia que hace de las sociedades una reunión de fantasmas supuestamente comunicados.

El embate, por ejemplo, que hoy en día sufren las instituciones electorales es innecesario ya que entonces se pone más atención en el árbitro que en el juego. El pueblo no decide, pues posee el defecto de no existir más que como concepto o invención conveniente; es el intercambio de ideas, visiones, tradiciones, animado por las estructuras de relación públicas (instituciones políticas y acuerdos provenientes del pensar, de la necesidad y de la reflexión abierta y tolerante) lo que da lugar a acciones sociales más o menos atinadas; pero acciones como la revocación del poder ejecutivo (o su mandato) son una pérdida de tiempo y de dinero, este necesario para equilibrar la distribución de bienes en un país empobrecido que intenta ser casa, calli, lugar habitable para la mayoría. Llegar a esta conclusión es sencillo: no se requiere más que pensar seriamente en ello. La vida es de por sí breve, cruel y desagradable. No la conviertan en un infierno.