*Sabor de impotencia

*Imposible revertir

Hay sabor de impotencia en los paladares críticos. Las muertes violentas de periodistas, no esclarecidas pero muchas de ellas infamadas por supuestos líos sexuales —los más—, ominosamente sobrepuestos sobre los expedientes reales que acreditan la brutalidad por encima de cualquier otro argumento; esto es, el colocar trampas para los cazadores de críticos o informadores de “alto riesgo” que inciden en el delito de, pasando sobre los riesgos, contar la verdad al descubierto. Por desgracia, los mercenarios -¡hay tantos!-, los anulan o desdeñan. Setenta asesinatos de colegas nuestros bajo el gobierno de AMLO durante CINCO AÑOS Y TRES MESES MÁS VEINTICUATRO DÍAS de infeliz mandato.

Es singular, por cuanto cada “sexenio” se inventan truculencias para seguir manipulando al colectivo, el modus operandis de cuantos, en la cúpula del poder —se admite el error de cambiar la u acentuada por la o—, insisten en mantener el estado de cosas a cualquier costa. Hoy, como muestra, está de moda el chantaje, vinculado con la mayor parte de los medios vinculados al poder político —muchos de ellos con exmandatarios, federales o estatales, dentro de sus consejos de administración—, para intentar salvar las ofertas del régimen en curso, aprobadas por el sector empresarial amén de la alianza con la derecha que ahora salta como un gusano barrenador, en materia energética, fiscal y educativa, matando a la gallinita de los huevos de oro, el petróleo, cuya nacionalización, en 1938, prendió los últimos focos del nacionalismo; ahora sólo velamos a los restos. No se abarata la gasolina para paliar la caída en la popularidad del presidente; el rebote está siendo mucho peor.

Fíjense: desde el gobierno surgen advertencias para agraviar a los opositores. A Ricardo Anaya lo trajeron frito con la compraventa de una fábrica y su ganancia de poco más de 30 millones de pesos —aunque nadie investiga a Diego Fernández de Cevallos, el más cínico de los políticos de la vieja usanza—, pero no se comparan con las desviaciones, desde los estratos oficiales, por ¡seis mil millones de pesos! bajo el método Rosario y su “estafa maestra”; aunque ella estuvo en prisión y acaba de salir de ella, NO es la mayor culpable. La diferencia de cifras dibuja la hipocresía de la clase en el poder y cierra, o lo pretende, los caminos de la democracia; si la hubiera, además de Rosario, Gerardo Ruiz Esparza y el propio “ciudadano Meade”, quien nunca ha sido priista si bien fue beneficiario del peñismo, estarían, cuando menos, bajo serias indagatorias de la Fiscalía General con rumbo a los penales de alta seguridad. Pero ahora es el propio fiscal quien anda en apuros y escándalos.

Hasta hoy, nadie explica cómo es que una obra, el desdeñado aeropuerto de Texcoco, germen de una corrupción que se trasladó a Santa Lucía y cuya inauguración se dio con un flamante avión venezolano, fue pagada —el de Texcoco, abandonado— por adelantado, con el 87 % de su cotización inicial para beneplácito de sus constructores, Norman Foster y Fernando Romero, el yerno favorito de Carlos Slim Helú, el mayor de los millonarios de México y en el top ten, por ahora, en el listado internacional.

Tampoco se indaga al señor Peña y este no explica cómo es que se perdieron ¡200 mil millones de dólares! al interrumpirse la alevosa reforma energética. No vendría mal un desglose de compromisos ruinosos para México y la razón por la cual la enorme cifra aplastaría la economía nacional. No es solo el CORONAVIRUS la razón de la quiebra anunciada.

Pero nada ha sido peor a los desfalcos de la 4T y la corrupción de la familia López Obrador.

Por las alcobas

De acuerdo, a las tantas encuestas falsamente “serias”, la popularidad de Andrés desciende como un alud desde el Everest. Ya casi toca fondo situándose por debajo de la mitad en cuanto a la aprobación general. ¿El coronavirus que todavía nos agobia? No, más bien la obcecación que puede constituir las secuelas que no terminan del amlovirus mejor llamado el virus de la corona.

Lo grave del asunto es que, en el remoto caso de que se produjera un milagro y saliéramos bien librados del trance político actual, seguramente crecería el sarampión amén de otras enfermedades endémicas y se evidenciarían aún más la negligencia del sector Salud y del propio mandante pelafustán en una hora oscura.

Sobre advertencia, reza el refranero popular, no hay engaño.

loretdemola.rafael@yahoo.com