En el vertiginoso escenario político actual, la danza de la democracia se ejecuta con pasos complejos. La selección de candidatas y candidatos durante el proceso electoral pone a prueba no solo las aspiraciones individuales, sino la fortaleza misma de los partidos políticos.

Sin duda, los comicios son el gran protagonista de la democracia, pero ¿qué sucede cuando los resultados no favorecen a quienes aspiraban a competir por un cargo de elección popular? Las heridas emocionales y políticas se abren, y la sanación se convierte en un desafío colectivo.

Las secuelas que quedan son más que simples cicatrices en el tejido político: son heridas que exigen sanación, pues impactan en la confianza ciudadana y en la legitimidad de los partidos.

México no es el único país en donde esto ocurre. La historia reciente nos recuerda las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, cuando la nominación de Hillary Clinton, por el Partido Demócrata, y de Donald Trump, por el Partido Republicano, dividió profundamente a ambos institutos políticos.

Este fenómeno es una constante en la escena política global. Sin embargo, es importante destacar que en nuestro país tales disputas adquieren matices particulares debido al contexto sociopolítico y a la complejidad del sistema político-electoral.

Actualmente, los partidos políticos carecen de la mística que alguna vez los animó. Sus militantes suelen anteponer intereses y anhelos personales por encima de los intereses colectivos. Si existiera una genuina mística partidista, la selección de candidatas y candidatos sería un trámite que no desataría las pasiones y los conflictos que presenciamos durante cada proceso electoral.

La selección de candidatas y candidatos es la columna vertebral de los procesos políticos. Es el medio que fortalecerá o debilitará la propuesta de cada partido, de cara a la población y al electorado. Sin embargo, cuando esta columna se resiente, la integridad de todo el edificio político se ve comprometida.

Es hora de que los partidos políticos recuperen esa mística de la que hablamos; es momento de que revaloren su compromiso con la colectividad. La política no puede ser un escenario para la realización de ambiciones individuales, sino un espacio para el diálogo y la construcción de consensos.

La ciudadanía exige y merece partidos sólidos, capaces de representar los intereses de ésta, de manera genuina. La confianza en el sistema político no puede ser socavada por disputas internas y luchas de poder que no hacen más que debilitar la credibilidad y la democracia.

A final de cuentas, el electorado tiene la última palabra. Son las ciudadanas y los ciudadanos quienes, con su voto, resuelven el rumbo del país.

De cara al proceso político más importante de nuestra historia, es necesario recordar que la verdadera fortaleza de un país reside en su capacidad para superar las divisiones y trabajar en conjunto hacia un futuro común. Solo así podremos construir una democracia robusta, capaz de enfrentar los desafíos del siglo XXI.

¿Cómo llegar a esta visión de la política? Hoy por hoy, resulta esencial replantear los cimientos de los partidos, rescatando la verdadera esencia de la militancia. Deben ser espacios de participación activa, donde las diferencias se diriman mediante el debate democrático. Además, la ciudadanía debe tener plena confianza en que las personas que representan a los partidos son elegidas por su mérito y su compromiso con el bienestar colectivo, y no por acuerdos, favores o intereses personales.

Por otra parte, es esencial promover una cultura política basada en el respeto y la tolerancia. La polarización y el sectarismo únicamente contribuyen a profundizar las divisiones en la sociedad y obstaculizan cualquier intento de construir consensos y avanzar hacia un futuro común.

La integridad y transparencia en los procesos de selección de candidatas y candidatos son fundamentales para garantizar el fortalecimiento de la democracia y la confianza ciudadana en las instituciones políticas. Solo mediante el compromiso de todos los actores políticos y sociales podremos construir un país más justo, equitativo y democrático, pero sobre todo, legitimar el proceso electoral que se avecina.