“¿Recuerdas, Toño, cuando nos hicimos novios?». La voz de la mujer es de mucha edad, igual que ella. Es también lenta y vacilante. Pero habla la mujer porque recuerda, y los recuerdos hay que decirlos para no olvidarlos. «Tú tenías 25 años, y 17 yo. Era una niña. Comentaban mis amigas: ‘Es un señor’. Y no se equivocaban. ¡Eras tan serio! Cuando me pediste que fuera tu novia no supe qué responder. Yo estaba llegando apenas a la juventud; quería pasearme, ir a bailar, conocer muchachos. Tú, en cambio, ya habías terminado la carrera, ya estabas trabajando. Cuando platicábamos me decías que anhelabas casarte, formar una familia. ¡Una familia yo, que todavía conservaba mi vestido de 15 años! Te hice esperar bastante. ‘Amigos nada más’, te contestaba. Pero añadía siempre: ‘Luego ya veremos’. Y es que me gustabas, te lo he repetido muchas veces. Mi mamá me decía que eras un buen partido, un joven formal, trabajador. ‘Gana bien; no seas tonta; no lo dejes ir’. Y mi papá: ‘Ella sabe’. Te seguí viendo; me agradaba estar contigo. Todos me contaban que no veías a otras. ‘Te quiere -me aseguraban-. Ya hazle caso,’. Un día me di cuenta de pronto de que me había enamorado de ti. En ese momento, pese a mis pocos años, supe que no podría vivir la vida sino contigo nada más. Y cuando cumplí los 19 te di el sí. Te pusiste feliz, me acuerdo bien. Una semana después de habernos hecho novios me besaste por primera vez. Y me gustó. Después nos besábamos cada vez con mayor intensidad. En el cine, en el parque, en algún rincón oscuro de la calle. Cuando compraste coche fuiste a mi casa y les pediste permiso a mis papás para poder llevarme en él. Y es que en aquel tiempo no se veía bien que una chica anduviera sola con un muchacho en su automóvil. ‘Pero yo me voy a casar con ella’ -les dijiste a mis padres. Ibas por mí a la universidad y me dejabas en mi casa. Nos veíamos todas las noches, y en el coche nos besábamos con más pasión. Un día me pusiste la mano en un pecho. Me asusté, no te rías. Tú me tranquilizaste: ‘Nos vamos a casar. Si algo sucede ese mismo día iré a pedir tu mano». Pero no sucedió nada. Me casé siendo señorita, tú lo sabes. En nuestra noche de bodas me dijiste: ‘Qué bueno que nos guardamos para hoy. Qué bueno que supimos esperar’. Fue muy bonito. Una amiga casada antes que yo me dijo que dolía, pero a mí no me dolió. No sé si tenías experiencia o no -seguramente la tenías; entonces casi todos los hombres ya tenían experiencia cuando se casaban-, pero fuiste muy tierno y cariñoso, y lo que hicimos me gustó, igual que me había gustado el primer beso. No me avergüenza decírtelo porque es la verdad. Cuando ya estábamos viviendo en nuestra casa te esperaba para hacer aquello. Tampoco me da pena decírtelo porque ya lo sabías. Tan pronto llegabas del trabajo me tomabas, y yo te tomaba a ti. Al paso de los meses lo descubrimos todo porque todo lo exploramos. Era un amor completo el nuestro, amor de cuerpo y alma. A veces nos olvidábamos de cenar por estar en la cama. Nos quedábamos dormidos, con el sueño que viene después del sueño del amor. Y cuando despertábamos nos olvidábamos nuevamente de desayunar. Así éramos entonces: jóvenes y enamorados. Y ardientes. Me costaba trabajo dejarte ir a la oficina, y a ti te costaba más trabajo irte. Y a tu regreso otra vez a lo mismo. Hace unos días traté de recordar los lugares de la casa donde lo hicimos: sobre la alfombra de la sala; bajo la regadera; en el jardín. Por eso nunca me he podido explicar por qué no tuvimos un hijo. Seguramente lo habríamos tenido si no te hubieras muerto en aquel accidente de carretera cuando apenas habíamos cumplido un año de casados”. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Aquel hombre soñó que alguien lo había soñado.

No supo de quién fue el sueño, si fue suyo o de alguien más, pero sabe que el sueño existió. Claro, con la existencia de los sueños, que son casi inexistentes.

Alguien soñó a aquel hombre. El sueño, sin embargo, nadie lo recuerda. Está olvidado. Eso quiere decir que está perdido. Más aún: que está muerto. Ser olvidado es morir.

El hombre duerme solamente para tratar de soñar otra vez el mismo sueño. O para soñar al hombre que lo soñó al soñar. Pero inútilmente sueña. Sus sueños se van por otro lado. Ellos tienen sus propios sueños.

Si sabes quién es el hombre que soñó a aquel hombre díselo. Quizá de esa manera él lo podrá soñar, y en el sueño el hombre lo soñará a él y le dirá su sueño.

Entonces todo se habrá recuperado.

Los sueños, ¿sabes? son el recuerdo vago de una vida que fue, o la memoria incierta de una vida que será.

Perder un sueño es como perderte tú.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Noche del Grito en el Zócalo.”.

Lo que sintió el ciudadano

fue un hermoso sentir.

Otra vez volvió a latir

el corazón mexicano.