Mucho se ha discutido que 2023 sería un año de transición, donde las economías buscarían reequilibrarse, después de los eventos traumáticos de la pandemia covid-19, la guerra de Rusia-Ucrania, episodios de niveles de inflación históricamente elevados, entre otros.

Sin embargo, este año no ha sido la excepción de sucesos sorpresivos con el riesgo de “credit crunch”, ante la quiebra del Silicon Valley Bank y otros bancos que ha provocado un endurecimiento de la regulación bancaria.

Estas disonancias económicas en un ambiente entre riesgo de recesión y alta inflación, niveles altísimos de la deuda estadounidense y de los emergentes, como tal, se han sumado a un ambiente de seguridad inestable frente a rivalidades geopolíticas y conflictos bélicos y comerciales. De tal suerte que ya se ha acuñado el apelativo de “una coyuntura de policrisis”.

En este ámbito, también se prioriza la seguridad y la cercanía de las cadenas de valor, surgiendo con gran fuerza el fenómeno de “nearshoring”.

Esta relocalización empresarial busca aumentos de eficiencia, con menores costos y cercanía geográfica. Esta fragmentación industrial a nivel regional ha provocado que algunos especialistas proclamen que estamos en una era de “desglobalizacion”.

Otros piensan que es erróneo, ya que este proceso no anuncia la muerte de este fenómeno, sino más bien su cambio. El semanario The Economist, le llama la nueva “Guerra Fría Digital”, ya que China y Estados Unidos están creando dos esferas separadas de Tecnología e Inteligencia Artificial.

Esto es, el inicio de un nuevo orden internacional, marcado por un mayor nacionalismo y una mayor competencia geopolítica, donde la tecnología se dispersará en dos potencias: China y EE. UU., las cuales buscarán tener el dominio; mientras que las otras naciones habrán de decidir en qué bando se ubicarán.

Esta nueva forma de “Guerra Fría” será una de tipo económica, donde la innovación tecnológica, acabará determinando el poder geopolítico y siendo la Inteligencia Artificial, la tecnología dominante, por el momento, y capaz de transformar la sociedad. De esta manera, el comercio será reorientado, muchas empresas permanecerán globales; empero muchos sectores críticos se volcarán domésticamente hacia cadenas de valor más locales o cercanas.

Tanto Estados Unidos como China, comenzaron este proceso. El primero declarando la guerra comercial contra el país asiático bajo la presidencia de Trump y después Biden desenmascarando la verdadera razón del antagonismo de carácter tecnológico. Por su parte, Xi Jinping en China en 2015 declaró su plan quinquenal bajo la “nueva normalidad”, que priorizaba a la resiliencia nacional frente a la eficiencia.

China sigue avanzando, desde entonces, en la autosuficiencia tecnológica (70 %) para 2025, mientras la reacción estadounidense ha sido retener en su territorio el avance tecnológico y cuidar su supremacía. Así la IA se debate entre dos ecosistemas herméticamente sellados: una asociada a privacidad y derechos individuales y la otra controlada por el estado, con flujos de información restringidos y límites a la “apertura”.

El potencial transformador de la Inteligencia Artificial está tomando forma y así como presenta enormes ventajas también exhibe riesgos. Las empresas más exitosas serán aquellas que tomen ventaja de esta tecnología, pero cazándola con un conjunto de valores alineados al bien común; así como que cumplan con mecanismos auto regulatorios y colaborativos con el mismo estado y la sociedad.

La “Guerra Fría Digital” pasa por alto la innovación responsable, que requiere una sólida colaboración internacional que impulse el potencial humano. Ya vivimos una Guerra Fría en el pasado y no fue la mejor experiencia, habiendo dejado sociedades polarizadas.