“El Estado soy yo”

“Déjese de pendejadas, hijo de la chingada”, así, sin rebozo, intimidante, Rubén Velázquez López lanzó un ultimátum a Pedro Raúl López Hernández, un robusto abogado que, como presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, desplegaba intensas líneas de acción protegiendo a los chiapanecos de abusos gubernamentales.

López llevaba al pie de la letra su función de ombudsman en un estado asolado por la maldad ejercida desde el poder.

Es una noche lluviosa de agosto de 2003, alrededor de las 9:30. Raúl está en su despacho de la Comisión. Velázquez era el secretario de gobierno de Pablo Salazar Mendiguchía. La llamada telefónica fue breve, pero crucial.

Raúl padeció una cinegética cruel e implacable. Lo cazaron como un león caza a su presa, mediante acechos y emboscadas.

Sufrió dos atentados, uno a tiros en su casa de una colonia clasemediera del oriente de Tuxtla. El 14 de enero de 2002, a las 3 de la madrugada.

El otro fue un ataque a golpes cuando salió a comprar medicamentos (sufre asma) a una farmacia cercana a su residencia, también de madrugada, a la altura del mercado San Juan, calzada de El Pencil. Los agresores iban en camionetas negras, sin placas. Presuntos judiciales.

Al final tuvo que huir porque Salazar, usando todo su poder, le armó sendas averiguaciones previas. 20, en total. La misma suerte corrieron su esposa y colaboradores cercanos.

Paranoico

Paranoico, con trastornos de personalidad, atormentado por demonios internos del pasado, Pablo Salazar ejecutaba un gobierno nunca antes visto y cuyas huellas todavía nos producen escalofrío al recordar. Se enseñoreó la aporofobia.

Semanas antes de aquella terrorífica filípica lanzada por Rubén Velázquez, López Hernández había acudido a la oficina de César Chávez Castillo, alias “El barba sucia”, quien era asesor de Salazar.

De aspecto desaliñado, Chávez llegó de Ciudad de México y fue miembro de la Liga 23 de Septiembre, una agrupación guerrillera que brotó en los años setenta. Muy amigo del tirano.

“Mira cabrón”

Después de una discusión acalorada, extraviado de toda cordura, Chávez profirió una advertencia con olor a sepulcro: “-Mira, cabrón, escoge: entierro, destierro o encierro”.

López Hernández no flaqueó, pagando caro la osadía: fue desterrado de Chiapas acusado de diversos delitos e inhabilitado diez años para ocupar cargo público. El Congreso de Chiapas facilitó esa canallada. A puerta cerrada destituyó al ombudsman.

Al mismo tiempo, Salazar ordenó un operativo policíaco a la CEDH, como lo hizo en el Poder Judicial, pisoteando la independencia de organismos autónomos. Los trabajadores fueron secuestrados por la policía.

Al chofer de Pedro Raúl lo subieron a un vehículo con cristales polarizados y se lo llevaron. Luego apareció sobre el tramo El Escopetazo, carretera vieja a San Cristóbal.

López y su familia se refugiaron en un lugar desconocido. Hoy podemos revelar que se escondieron en lo más íntimo de la selva guatemalteca, lejos del brazo persecutor de Salazar.

El cerco

En diciembre de 2001, López Hernández, temiendo por su vida, le envió a la Sra. Mary Robinson, alta comisionada de Derechos Humanos, una denuncia sobre el cerco político de que era víctima. También fue notificada Mariclaire Acosta Urquidi, embajadora especial de Derechos Humanos y Democracia.

Debido a esto, la ONU solicitó al gobierno mexicano un informe en donde se precisara mayores datos sobre el hostigamiento y las amenazas contra el ombudsman.

Salazar andaba furioso porque el ombudsman documentaba, uno a uno, los atropellos de su gobierno. El asalto policíaco a la comunidad Marqués de Comillas y la tortura de indígenas aumentaron la rabia del dictadorzuelo.

Embestida

Salazar no detuvo la embestida, incluso hacía burlas del aspecto físico de Raúl. Una vez dijo que, por su obesidad, “tenía graves problemas de autoestima”. Fue en un evento del Día de la Bandera, en el parque Morelos de Tuxtla.

Decenas de organismos internacionales defensores de derechos humanos vulgarizaron comunicados repudiando el hostigamiento a López Hernández, preocupados por su vida. El Centro de Derechos Humanos de San Cristóbal, Frayba, hizo lo propio.

Ante instancias federales, Raúl ganó varios amparos que Salazar hizo pedazos. Frente a todos los presidentes de derechos humanos que llegaron a Chiapas para respaldar a su homólogo, Salazar no se contuvo.

Tras dar fuertes manotazos a una larga mesa de madera en palacio de gobierno, Salazar gritó: “Yo me encargo de sacarte de Chiapas”. Se refería a Raúl López. Y lo logró.

“El Estado soy yo”

Definir el gobierno de Salazar es fácil, con una frase: “El Estado soy yo”, pronunciada por Luis XV y que sintetiza el cenit del autoritaris o escindiendo las libertades civiles.

Salazar desarrolló una autoridad de doble moral que los psicólogos llaman síndrome de Hubris, es un ego desmedido y desprecio al prójimo. Nunca más un gobierno como ese.