Encierro, destierro o entierro, sello de su gobierno

I.- El asalto a los otros poderes

El 8 de diciembre de 2000 se abrió en Chiapas el capítulo más turbulento que se recuerde en la época moderna. Entonces el fascismo engendró un nuevo rostro: el de Pablo Salazar Mendiguchía, ese Calígula contemporáneo que durante seis años avasalló a todo un pueblo y a sus instituciones.

Cuarto Poder revive lo que en su momento documentó con valor sobre ese largo episodio de tiranía que costó vidas, sangre, libertades y muchas lágrimas.

Los caminos se volvieron tierra de nadie; viudas, niños huérfanos y cementerios repletos de cruces nos recuerdan lo que es capaz de hacer la locura ejercida por un gobierno de facto, por un solo hombre. Un gobierno de horca y cuchillo, como en el Medioevo.

Este diario también figura entre las víctimas pero, más allá de eso, se hará para demostrar que el pueblo sí tiene memoria. Y aquellos que no la tienen, están destinados a repetir la historia.

Salazar impuso leyes draconianas. No obstante su formación religiosa antípoda al catolicismo, persiguió a líderes sociales y políticos a quienes encarceló mediante trampas legaloides.

Se equivocaron quienes pensaron que, por ser “bautizado” en la iglesia del Nazareno, su gobierno sería apegado a la justicia porque, en teoría, dos rutas guían a esta secta: Liderazgo transformacional y compasión con propósito.

Sometió a los otros poderes y aplastó a organismos autónomos. Reprimió con esa crueldad que distingue a los dementes. En gobernantes autócratas la demencia no conoce límites; altera el pensamiento, la afectividad y la conducta hacia los semejantes.

La ira

El suyo fue un sexenio atormentado por la ira, el cobro de facturas políticas, el rencor, el acoso sistemático, el silenciamiento a través de las balas de las más preciadas libertades de los chiapanecos como las de hablar y de escribir.

Sujeto rencoroso, de mirada torva que esconde detrás de gruesas gafas blancas y peor conducta pública, Salazar marcó a ese sexenio con un sello característico: encierro, destierro o entierro, sembrando el terror en Chiapas. Así, la fuerza del Estado se aplicó con una letalidad nunca vista.

Según organismos defensores de derechos humanos no gubernamentales, en el gobierno de Salazar hubo más de cien muertos. El Estado oficializó el autoritarismo porque, en su obnubilación, Salazar se consideró a sí mismo un pequeño dios terrenal.

Las cartas a la Santa Muerte de sus colaboradores; el presunto título falso, Stan, la muerte masiva de los neonatos en el hospital K de Comitán; la rabia contra el magisterio; el desprecio hacia la prensa, la caza despiadada de las voces críticas.

La compra del equipo de futbol Jaguares de Chiapas rodeada de escándalos y la inversión en la construcción del estadio Víctor Manuel Reyna (más de 50 millones de pesos). La nómina en dólares que manejaba ese equipo y, presuntamente, con cargo al erario.

La bestial embestida a la Mactumactzá y a la Comisión Estatal de Derechos Humanos; el peculado cometido por él y sus cómplices, el robo en la obra del puente Tuxtla-San Cristóbal.

El uso del avión gubernamental El Chamula para viajes de placer, entre muchos otros hechos, estigmatizaron la gestión de Salazar. Justamente en su gobierno se inició la deuda pública.

La locura

Al estilo de Victoriano Huerta, con la policía, Salazar esclavizó a los otros poderes para imponer a amigos suyos. Lo que al país le costó sangre y revueltas construir (el respeto a la división de poderes), Salazar lo hizo pedazos en cuatro meses.

El asalto con la policía al Poder Judicial fue el 24 de marzo de 2001 en un hecho anecdótico y execrable, repulsivo. Salazar hizo lo mismo en el Congreso del Estado en donde no hubo diputados para defender al pueblo y a la legalidad, sino lacayos a su servicio, temerosos de su locura.

Numeroso grupo de policías armados diluyó la decisión de los magistrados de nombrar como titular del Poder Judicial a Jorge Clemente Pérez. Salazar montó un acto abusivo e ilegal para demostrar quién mandaba en Chiapas.

Clemente, junto con varios abogados y la sociedad civil se mantuvo en pugna contra Salazar para hacer valer su nombramiento, pero el esfuerzo fue infructuoso. Se consoló con despachar los asuntos del Tribunal en una carpa que instaló en el parque Morelos.

Pablo violó cualquier cantidad de leyes. Podía hacerlo porque, finalmente, es lo que hacen los tiranos.