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Cada día, afortunadamente, más mujeres ocupan cargos de liderazgo, tanto en sectores legislativos y ejecutivos, como universitarios, empresariales y artísticos. En el hogar, a pesar de muchos residuos del ancestral machismo, se les va reconociendo más y más como pilares no sólo de la educación de los hijos, sino también de su sostenimiento. En nuestra Iglesia, aunque no se les reconozca como aspirantes al sacerdocio ministerial, siempre han sido las que le dan vida a las diversas pastorales, como la profética, la litúrgica y la social.

En comunidades indígenas también se nota este nuevo protagonismo. Antes, los padres del pretendiente (que no era novio) formalizaban el arreglo para un casamiento, sin que la muchacha conociera al joven y sin que le preguntaran su opinión. Eso ya no pasa, salvo alguna rara excepción. Hoy, las mujeres también van a la escuela, no sólo primaria, sino media y superior; son muchas las que cursan carreras universitarias. Son catequistas y ministras de la Comunión, cuando antes todo esto era exclusivo de los varones. Conforme a las normas canónicas, en mi anterior diócesis autoricé que algunas bautizaran y presidieran matrimonios, mujeres que eran bien aceptadas por sus comunidades, por sus servicios previos, y con una formación adecuada.

Me platican que la actual Secretaria de Gobernación, el cargo más importante, después del Presidente de la República, ocupado primera vez por una dama, ha dicho que, ahora sí, el país va a estar bajo la mirada de una mujer. Bueno; es un decir, porque siempre hemos estado bajo la mirada de nuestras mamás; si no fuera por ellas, ¡qué sería de nosotros! Y desde hace casi quinientos años, estamos bajo la mirada de la mujer de mujeres, nuestra Madre de Guadalupe. No hemos sido huérfanos, gracias a ella. Que lo confirmen las incontables multitudes que la celebramos en su reciente fiesta. ¡Qué gran mujer, qué gran madre! Aunque algunos no la reconozcan, ella no los desatiende.

Es cierto, sin embargo, que aún nos falta mucho por avanzar en este aspecto.

Pensar

Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, afirmamos: “Es necesario valorar el rol tan importante que la mujer está desempeñando. Hoy es más evidente, y nos alegra constatar, el arribo de muchas mujeres a los puestos de grandes responsabilidades en sus países, el acceso a la educación de una manera más amplia, la lucha por consolidar cada vez más sus derechos en todos los campos de la vida social, política y económica, así como su presencia valiosa e imprescindible dentro de la Iglesia. Con todo, vemos con tristeza que aún los rasgos más dolorosos de la pobreza, la desigualdad y la violencia, tienen rostro de mujer, y existe todavía un largo camino con esfuerzos que tendrán que redoblarse para darle el lugar que le corresponde” (No. 41).

“Habiendo señalado los avances que se han tenido en el reconocimiento y el valor de la mujer en la sociedad, no podemos dejar de mencionar, la situación injusta y precaria a la que han sido sometidas muchas de ellas durante siglos en nuestro país, incluso en el seno de la familia y aún en la Iglesia. Es necesario resaltar y denunciar los atropellos constantes contra su dignidad, reflejada en miles de muertes; la situación de tantas madres solteras que luchan por sacar adelante a su familia; la explotación, la trata de menores y la desaparición de un importante número de mujeres. Reconocemos el largo camino que nos falta por andar en materia de valoración plena del ‘genio femenino’, es decir, de la vocación y de la misión de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia. No podemos posponer una vez más su plena incorporación social, la vigencia de sus derechos y la acogida de su aporte propio y específico para la construcción de una sociedad más humana y una Iglesia más fiel a la novedad del anuncio cristiano” (No. 53).

Entre nuestras opciones y compromisos pastorales, señalamos: “En un mundo que lucha por reconocer los derechos humanos en diversos campos, nos corresponde reconocer y apoyar los derechos de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, como personas que gozan de su mayoría de edad. Especial atención merece valorar y promover la imprescindible presencia de la mujer en la vida eclesial, su enorme aporte en la evangelización de las familias y su apoyo constante en la catequesis de nuestras comunidades” (No. 179).

Actuar

¿Qué podemos y debemos hacer? Las mujeres, asumir con gozo su femineidad, sin pretender disfrazarla de otra tendencia. Los varones, valorar más a tantas mujeres con quienes interactuamos, reconocer y alentar su imprescindible aporte, agradecer lo que hacen por la familia y por la comunidad civil y eclesial, defenderlas si es el caso y corregir las actitudes machistas que aún tengamos.

Obispo Emérito de SCLC.