Antes de comenzar la misa de bodas el novio llamó aparte al sacerdote que iba a oficiarla y le entregó bajo manga dos mil pesos. Le dijo: “Le doy este dinero para que en la lista de obligaciones que debo cumplir con mi mujer omita usted esa de ‘serle fiel’”. Para sorpresa del desposado, el cura le preguntó en el momento de consagrar el matrimonio: “¿Prometes serle fiel a tu mujer; no poner los ojos nunca en otra; darle a tu esposa tu sueldo completo; obedecerla en todo; dejarla que se compre lo que quiera; invitarla a comer y cenar cuatro días a la semana, y llevarle diariamente el desayuno a la cama?”. El aturrullado mancebo se vio en la precisión de responder: “Sí, prometo”. En seguida el párroco le habló en voz baja: “Tendrás que perdonarme, hijo. Tu novia me dio cinco mil pesos”. En lo que se refiere a los migrantes, AMLO le hace el trabajo sucio al Tío Sam. Por eso López fue tan amigo de Trump, que tuvo en el presidente mexicano un obediente servidor; por eso la 4T sigue tratando de detener a esos peregrinos en vez de darles protección contra todos los riesgos que los amenazan en su paso por nuestro territorio hacia la frontera norte. De ahí derivan las tragedias que de tiempo en tiempo se repiten, como la sucedida ayer por la madrugada en una carretera de Chiapas, una de las mayores zonas de peligro, donde la volcadura de un camión que transportaba migrantes causó la muerte de una decena de ellos, además de numerosos heridos. De sobra está decir que un fenómeno como el de la migración es muy complejo. Los problemas que trae consigo son graves, y de difícil atención. Pero la situación empeora si a los migrantes se les ve como enemigos en vez de considerarlos personas que en su país de origen sufren hambre, violencia y falta de un futuro promisorio para ellos y para sus hijos, y que por eso mismo buscan mejores oportunidades en un país como Estados Unidos, que a sus ojos es el paraíso, la tierra prometida. Lo ha sido para muchos durante varios siglos, de ahí la expresión que alguna vez se usó para calificar a la nación de Washington, Jefferson y Lincoln: “the melting pot”, crisol de fundición donde se unieron gentes llegadas de todas partes del mundo para dar origen a un pueblo que llegó a ser el más poderoso del planeta. Rico, riquísimo es ese país, y mientras haya pobres en América Latina los seguirá atrayendo como imán, y México continuará siendo vía obligada de paso para ellos. No debemos perseguirlos, sino asistirlos. Que el trabajo sucio lo hagan otros, no nosotros. Pomponita le dijo al galán que la cortejaba: “Las dos cosas que me gustan más de ti son tu franqueza y tu sentido del humor. ¿Cuáles son las dos cosas que te gustan más de mí?”. Respondió él: “Estás sentada encima de ellas”. (En su infinita sabiduría Dios, o la naturaleza para los no creyentes, dotó a la mujer de una región glútea más abundante que la del hombre, para que equilibrara el peso de la cría durante el embarazo. O sea que el atractivo de esa atractiva parte femenina no es cuestión de estética, sino de ingeniería. Habrá quienes se decepcionen al considerar esto, pero es la realidad. Y bien vistas las cosas nada importa: ingeniería o estética, tal encanto es sobremanera encantador. Me viene a la memoria el caso de una hermosa chica que caminaba por una calle de su colonia, y se sobresaltó al oír pasos que la seguían. Recobró la tranquilidad cuando vio que quien venía atrás de ella era un vecino suyo, amable caballero de avanzada edad. “Perdona si te asusté, linda —se disculpó el señor. Es que no sabía si caminar atrás de ti y gozar de la vista o caminar junto a ti y gozar de la conversación”). FIN.

Mirador

Por Armando Fuentes Aguirre

El ajedrecista tiene la vista clavada en el tablero.

Profunda es su concentración; piensa que la jugada que hará es definitoria. De ese movimiento depende toda la partida.

Su adversario lo mira con mirada inexpresiva. El jugador no sabe quién es ese adversario. Ignora su identidad. Jamás lo ha visto. El rival no da muestras de impaciencia. Deja que el otro piense su jugada. No lo apresura, y ni siquiera le indica que su tiempo ha terminado en el reloj.

El ajedrecista no se decide a mover ninguna pieza. Aleja las manos del tablero por temor de tocar una inadvertidamente y verse así obligado a jugarla.

Los minutos pasan.

Pasa el tiempo.

El jugador no sabe cuántos minutos han pasado ya, ni cuánto tiempo ha transcurrido.

Por fin se decide y mueve una pieza.

Nadie sabe qué pieza fue la que movió. Y nadie nunca lo sabrá, porque en el momento en que el ajedrecista movió esa pieza el mundo se acabó.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“. AMLO se entrevistará con el presidente de Estados Unidos.”.

Quizá un crítico se ensañe

al comentar eso allá,

pero de seguro irá

a que Biden lo regañe.